que ayer mismo subirla no podía,
suspirando en los chopos me escondía,
y lloraba a sus pies de madrugada.
Nunca viera una puerta en su alambrada,
aunque tal vez supiera que existía,
nunca quise buscar su lejanía,
porque estaba sentado en su alborada.
Despierto el corazón, el alma errante,
buscaba una razón al sacrificio,
tal vez una ilusión regocijante,
sentado en el altar de este suplicio,
donde yo me encontraba, tan campante,
esperando del mundo un beneficio.
Y un día alguien me dijo, susurrando,
nunca esperes, amigo, una grandeza,
de aquel que desconoce tu tristeza,
porque tú no lo has ido pregonando.
Que este mundo está siempre caminando,
por la senda de amistad, que empieza
allí donde no llega tu entereza,
aunque estuvieres mucho tiempo andando.
Y a esa voz tan lejana y misteriosa,
que abrió mi corazón en esta vida,
dejando resbalar dichosa,
la sangre que manaba de mi herida,
quiero decirla con mi voz llorosa,
que mi alma se siente agradecida.
O.Z.M.
Nota.– Sonetos dedicados a mi amiga Nerim.