Jirones de una
nube desprendida,
algodones de amor en el vacío,
cayendo silenciosos,
cual rocío,
sobre la rosa en el
jardín dormida.
Sus pétalos
sintieron enseguida,
el fresco atardecer, escalofrío,
de su propio perfume, que en el rio,
bajaba respirando su ambrosía.
Olores
disfrazados de belleza,
sobre el agua cantando de alegría,
llenaban de pasión Naturaleza,
y también, sin querer, el alma mía,
dejaba en la corriente, con presteza,
suspiros de ilusión y fantasía.
El valle estaba
verde, recostado,
al pie de la montaña
portentosa,
que ofrece un blanco albino, en su orgullosa
cabellera desnuda, al viento alado.
Se escucha el
claroscuro iluminado,
crepúsculo en la cima nebulosa,
perfil callado de color de rosa,
sobre el gris de la roca dibujado.
Canta el olivo en su habitual ladera,
y el cerezo se esconde en la espesura,
que la tarde, al morir, le propusiera.
La rosa escapa a su
gentil frescura,
escondiendo su risa placentera,
detrás del corazón de su hermosura.
O.Z.M.